top of page

OPINIÓN

TATUAJES, EL RECHAZO DE LA TRADICIÓN 

Las momias ya estaban tatuadas. (1300 a.C.)



Durante milenios se ha utilizado el tatuaje como enlace tangible con el supra-mundo religioso. En Japón consideraban ciertos símbolos, grabados en la piel, un acercamiento al despertar; mientras que en Norteamérica muchas tribus indígenas los usaban como conexión con el mundo de los espíritus y como expresión de estatus social. En algunas tribus africanas, las mujeres se tatuaban la cara o, en su defecto, se escarificaban (dibujos mediante cicatrices) cuando daban a luz a un varón. En estos casos era mucho más importante la circunstancia ritual que rodeaba al que iba a ser tatuado, y dotado de una nueva identidad, que el resultado estético final. Era más importante la idea subyacente que la imagen representativa.

 

Muchos de los rituales de tatuaje de las culturas primitivas simbolizaban y aun simbolizan ritos de tránsito o inclusión en un grupo o sociedad, mientras que en las sociedades desarrolladas, o simplemente sacados de contexto, pueden representar justamente lo contrario. En siglos pasados dibujaban, mediante la transgresión de lo individual, una cierta aceptación social. Incluso ahora de alguna manera los tatuajes se emplean en algunos casos para modificar aspectos subjetivos del individuo que no coinciden con su propio el ideal. Y estos ideales, cada vez más coincidentes alrededor de esta determinada cultura son los que en la actualidad nos llevan a considerar actualmente este submundo como una forma más de consumismo. Por ejemplo, Miami Ink. (2005-2008), es la expresión de la adecuación a los nuevos valores sociales del público joven. Se trata de un reality de que sigue los trabajos de una tienda de tatuajes en Miami Beach, y que con 80 episodios y 6 temporadas, generó varios otros subproductos como LA Ink., London Ink. o NY Ink.



La presencia continuada de estos programas en la programación hace ver su alta rentabilidad y correspondencia con los intereses de la audiencia. La exhibición de unas personalidades individuales tan vistosas, presentadas de forma algo sensacionalista (al no estar el programa enfocado desde la perspectiva real de los participantes, sino como reality puro, es decir, modificado a gusto del productor), tiene ciertas consecuencias en su público, que es muy alto. Y no solo por estos programas, sino también mediante revistas, eventos y otros.

La revista Forbes, por ejemplo, en 2001 encuentra que los estudiantes y militares estadounidenses se tatúan porque, citan,  “simplemente nos gusta como queda” o para “ser yo mismo”, respectivamente. Valientes los seguidores de estas dos tendencias, mas afines al eslogan de un anuncio de gafas de sol que a la expresión del deseo de grabar un símbolo indeleble e irreversible en sus pieles (algo que le concede, al menos, un mínimo grado de profundidad y relevancia). En este punto, Paul Willis plantea cierta teoría sobre la juventud contemporáneas que dice que incluso los jóvenes que no estén envueltos en el mundo de las artes, llenan su expresión de símbolos y signos, que les sirven para estabilizar su imagen e identidad. Hacer permanente en su piel, y por ello inherente a sí mismos, su identificación con algo.

Todo el mundo se ha creado los más idóneos diseños en su piel con un rudimentario bolígrafo común alguna vez (y con cierto regocijo en el resultado). Pero mientras uno se va haciendo adulto e integrándose en la sociedad, se va haciendo importante una cierta estabilidad personal que dé una seguridad de perduración de la individualidad en esta sociedad, anónima, entendida desde todos los puntos de vista; de los cuales algunos criterios dan más importancia (dentro de la actual saturación de imágenes, por otro lado) a la imagen explícita, por unas razones u otras, que al trasfondo conceptual. Al unir la idea de seguridad a la imagen, después de que los cánones sociales se volviesen mucho más flexibles desde unas décadas atrás, se incorpora cierto sentimiento de magia o ritual en todo ello. Siempre las imágenes han sido una unión espiritual, o al menos intelectual, la espiritualidad de los nuevos tiempos, con la superioridad de la idea sobre determinado mundo material que debe ser cambiado. Desde el platonismo hasta el New Age.

 

Pero hay que tener cuidado con ese concepto de seguridad, porque puede acercarse al concepto motor del consumismo de masas. La diferencia, el tatuaje, puede hacerse tan común que deje de diferenciar. Y, ahora que la universalidad de las informaciones crea olas de opinión que calan hondo mediante juegos de identificación psicológica hacia ciertos enunciados o cualidades que hemos atribuido a una idea de personas u objetos. Aunque, de esta manera, se ha creado un mundillo ciertamente artístico y comercial de redes de tatuadores profesionales reconocidos, lo que significa una expansión de lo que se consideraba arte, dejando de ser el tatuaje mero ornamento para pasar a ser obra única. Que se convierta en una obra, hace al individuo conectarse con cierto estilo con el que se siente identificado, y que se acerca a la imagen que intenta proyectar de sí en los otros. O en el caso de recuerdos o retratos de seres queridos, a veces son homenaje, el sacrificio de una parte de la persona a ese ser querido.

 

Existen, bajo este análisis conceptual de forma, otras razones científicas que desencadenan la pasión, obsesión o adicción a estas pinturas permanentes. Una de ellas sería la adrenalina. El proceso fisiológico desencadenado por el tatuaje en el sistema simpático produce una liberación de adrenalina como respuesta al dolor y su percepción como peligro. El siglo XX, que ha visto nacer el concepto “jonkie de la adrenalina”, personas que buscan situaciones de alto riesgo esperando y anticipando esa descarga de adrenalina en su sistema nervioso, y junto a esta sustancia químico, el cerebro también produce y distribuye desde la pituitaria un calmante para el dolor, endorfinas, elemento común a otras situaciones y experiencias como el ejercicio o los orgasmos.

Estos dos productos químicos con los que responde el cuerpo a las agujas, hacen de ser tatuado una experiencia a la que uno se puede acostumbrar, y que de cierta manera puede llegar a crear una cierta sensación de control al liberar el estrés, o la tensión psicológica de dolores emocionales que no se pueden controlar. Esto ocurre sobre todo en grupos sociales de ambientes marginales en los que existe cierto grado de peligro constante, cárceles, ciudades peligrosas...

Junto a simbologías, pertenencias a grupos, expresión personal y demás significados, se produce inevitablemente una mayor visibilidad social de la persona, algo es distinto de la idea genérica de persona que hemos llegado a concebir y ese algo al ser percibido, sea lo que sea, nos llama la atención. Incluso puede facilitar las relaciones sociales en ciertas tesituras derribando barreras que de otra manera podrían ser muy difíciles de traspasar.

En cierta manera es un tipo de rebelión contra las directrices que se nos imponen desde un imperativo social, uno que puede reducir a las personas a masa homogénea.

En este contexto, es una expresión personal autoimpuesta, una identificación con una imagen o concepto que representa la especificidad del individuo, y lo aleja así de la manera en que la sociedad lo ve, reafirmando su propia visión particular. Puede ser un proceso de afirmación de la personalidad, una marca que dentro del aura mística, o significativa, de su semiótica haga algo por la persona y la acompañe siempre. Por eso son populares en las prisiones, son una de las pocas expresiones de libertad a las que tienen acceso los convictos, porque “nadie puede quitarte tu piel”.



 

Teniendo en cuenta estos factores se puede considerar la cultura del tatuaje como un sector artístico que considera el cuerpo su medio, suficientemente efímero, suficientemente permanente. Que también se puede considerar una forma de coleccionismo, la posesión de ideas físicas que recuerdan la continuidad y por ello no-preocupación por la futura pérdida de estas expresiones de identidad. Pueden tener funciones sociales y/o individuales. Frontera indistinguible la que se encuentra entre esas dos funcionalidades, excepto para los conocedores de cada caso concreto.

 

En culturas que no poseían un arte común, la relación con las divinidades y con el pasado tomaba como punto de partida el cuerpo en vez de exteriorizar la fundamentación del ritual sobre un muro. El cuerpo era el templo. En esta línea, en Polinesia por ejemplo, los tatuajes fueron parte importante de la cultura. Entre los antiguos indígenas se creía que el mana, la fuerza de vida, se desplegaba en cada persona a través del tatuaje o "tatau", como es llamado allí. Esta protección, que se extendía por todo el cuerpo, les libraba de las supersticiones y era un elemento clave en los eventos mágicos. Otro ejemplo de profundización en esa expresión personal es el caso de los indios "maoris" de Nueva Zelanda, empleaban el tatuaje, llamado "moko", como marca de distinción y como recuerdo de grandes acontecimientos de sus vidas.



Estas significaciones se han ido frivolizando con el paso del tiempo y la muerte de las religiones, pero se mantienen, aunque hayan subido a la superficie de la cultura, ciertas asociaciones inmanentes al símbolo siguen vivas. Como pueden ser los tatuajes tribales, como asociación con lo natural y lo primitivo y que se hayan extendidos por todo el mundo nacidos en Borneo. Ha habido una evolución que podría enfocar este desarrollo como artístico, ya que se adapta a las coordenadas históricas y territoriales y resuelve ciertos problemas mediante la presentación de una subjetividad.

 

Pero finalmente, a partir del criterio opuesto, y tras muchos años de banalización de la cultura, surge el tatuaje como medio cosmético, como era de esperar por su pérdida de función acoplada a su evolución artística, el arte ya no vale sino para hacer dinero. Tatuarse la línea del ojo es ahora tan usual como el uso del Botox. Y se añade así el tatuaje a las herramientas del mundo comercial de la belleza artificial. Es la última supeditación de la estética social al significado subjetivo, con la consecuente degradación del símbolo y ritual de esta tradición a 0.



Hay que tener en cuenta también que dentro de todo este embrollo cultural, que deriva del análisis de las formas de introducir tinta en el organismo (lo cual no difiere mucho en ese sentido de la mecánica pictórica, con el resultado visual y emocional consiguiente), existe la importante diferencia, entre la piel y los demás soportes, de que solo tenemos un cuerpo para gastar. Todo el tiempo que nosotros estemos, él estará, y viceversa. Así que, quizá sea algo más que un lienzo, individualmente hablando.





 







Deja tu comentario

¡Tus datos se enviaron con éxito!

bottom of page