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SEXO, RÍMEL Y ROCK AND ROLL

OPINIÓN

El cuerpo como templo. Pero un templo con reformas, con parches en la fachada y (quizá) vacío en el interior, saqueado. ¿O no es un templo? ¿Es una cárcel enmascarada? El cuerpo como obtención de placer. El tuyo propio y el de los demás. ¿El placer por el placer únicamente corporal? ¿O va más allá? Fachadas. Máscaras. Maquillaje. Tabús.

Melissa Murphy, una maquilladora profesional del mundo del porno, ha sacado a relucir una serie fotográfica en la que retrata a actrices de cine adulto antes y después de ser retocadas para rodar una escena. La maquilladora empezó a subir las fotografías a su cuenta de Instagram, la famosa red social para compartir instantáneas, pero nunca pensó que se fuese a convertir en el fenómeno viral que ha sido. Ya sabemos lo impredecible que es el mundo de internet… Cuando vemos estas imágenes nos preguntamos por qué. Por qué nos engañan de esta manera. Por qué nos dejamos engañar de esta manera. No sólo pasa esto con las actrices porno, aunque sí es quizá el caso más claro en que podemos ver cómo se presentan los cuerpos como objeto, como carne. Puede que también como templo. Pero no un templo personal, sino un templo para los demás. Uno barroco, de esos que se hacían para llamar la atención, para mostrar pretenciosidad a base de trampantojos. Puede que también como una herramienta. Pero una herramienta ajena, para los demás. Y ¿una cárcel? Al menos, no nos dejan verlo de esa manera. Pero sin duda también lo podemos observar desde esa perspectiva.

El ser humano siempre irá corriendo detrás de la felicidad, del placer. Y nos da igual que nos engañen si nos dan lo que queremos. Nadie se cree el porno. Todo el mundo sabe que aquello que vemos en la pantalla no ocurre en la vida real. Al fin y al cabo es cine, es ficción. Pero nosotros preferimos creerlo. Nos sentimos más cómodos creyéndonoslo, nos da más placer creérnoslo. En definitiva nos enseñaron a eso. Para nosotros, lo que vemos en la televisión, en el cine, en las revistas, en los periódicos, en los grandes carteles publicitarios, eso es lo normal, lo cotidiano, lo real. Y cuando nos enteramos de que lo que antes habíamos tomado por verdadero no es más que una burda y gran mentira, cuando por fin reconocimos las máscaras sobre los rostros y las agujas en las arrugas, ya era demasiado tarde. Nadie podía ya pararlo ni hacer nada para deshacerse de las ropas con las que nos habían vestido. La máscara está ya demasiado pegada al rostro y la aguja demasiado clavada en la arruga y si alguien se desprende de alguna de las dos, va a ser señalado por el resto de caretas agujereadas.
   Nos tienen engañados. Y no solo en el mundo del porno. En el cotidiano, en este mundo palpable de todos los días también.  Vivimos tras máscaras, tras horas y horas de manos temblorosas echándose rímel, empolvándose la cara y rociándose detrás de las orejas unas gotas de Channel nº5. ¿Por qué hacemos esto? ¿Es acaso el ser humano la especie más estúpida que habita en este planeta? Pues no se sabe, quizás si. Toda la pluralidad que podíamos tener la reducimos a una simple unidad común para apartar dedos índices de delante de nuestras narices.
   Los cánones de belleza, las proporciones perfectas, siempre han estado ahí y sino que se lo digan a Polícleto, Praxíteles y a todas su esculturas. Van cambiando con el tiempo, eso es cierto. Y hoy en día, nos guiamos por las pantallas (pequeña o grande, eso nos da igual). Cuánto daño ha hecho el cine. Después del “querer ser cómo” llegan las decepciones, la frustración, la destrucción del ego. ¡Y de qué manera!

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